viernes, 5 de octubre de 2007

Diplomatico yo?



Después de un par de semanas estresante por motivos tan diversos como gustos hay, al fin tengo un poco de paz. Mas de una vez he tenido que morderme la lengua o dorar la píldora tanto que parecía un pollo a la braza quemado, pero aunque he aprendido a no reaccionar con el hígado, o con el corazón, tener uno grito atravesado en la garganta es mas difícil que mirar a los ojos y disparar lo que en verdad piensas. En un medio donde todos es Light: la amistad, el amor y las relaciones personales. Creo que no nos damos tiempo de conocer realmente a las personas como para pensar en como tomaran lo que decimos o hacemos y estamos tan preocupados por salvar nuestros propios traseros que es casi innecesario cuidar el del otro y por supuesto comprensible el patearlo. Le gente que trabaja no te serrucha el piso, le pasa un sierra eléctrica silenciosa, no te clava un cuchillo por la espalda, te peñisca para distraerte, aunque claro el orden de los factores no altera el producto. No estoy diciendo que todos seamos hipócritas, somos diplomáticos, y por supuesto la delgada línea que lo separa de un grito o un puñetazo: es el sueldo. Aunque no mucho, es mejor que nada, así que tenemos que sonreír o disimular nuestras ganas de contratar a alguien para hacerle daño a ese compañero de trabajo, por usar un eufemismo, en la mayoría de los casos superior. El sueldo siempre es motivo de silencios cómplices o miradas que matan. Cuando trabajas no tienes que hacer amigos, eso es un efecto colateral y tiene mas que ver con empatias que con relaciones laborales.
No me malinterpreten soy un cínico, pero no tanto. Trabajo desde los dieciséis y las mejores personas que he conocido las encontré en el trabajo. Por lo que me molestan no son solo las falsedades, también la falta de tacto, de tolerancia y de paciencia. No creo que sea necesario gritar para hacerse entender. No creo que debamos menospreciar o ubicar a las personas para ganar su respeto, que en verdad es miedo. Creo que se trata de ser sinceros y directos, pero educados. Si la línea que separa a la hipocresía de la diplomacia es delgada, ser tan sinceros como podamos es necesario. Aunque esta semana tuve que contar hasta cien, porque con diez no me alcanzaba, para no dejarme llevar por la indignación, creo que me hubiera ido feliz después de mirar a la cara a esas dos personas y expresar un contundente y catártico: ¡Vete a la mierda!