Cuando lo conocí, me sucedió
lo mismo que me ha pasado antes cuando veo a alguien por primera vez y tengo
esa extraña sensación de que esa persona será alguien importante para mí.
Recuerdo exactamente los momentos en que vi a las personas que he amado y a las que de una u otra forma se han
convertido en referentes y amigos entrañables, siempre digo que si no me
enamoro de ellas un poco cuando las conozco, entonces no llegaran a ser
importantes para mí, de lo contrario siempre estarán en mi corazón. Él era muy
joven, pero estaba plenamente consciente de lo que generaba, lo conocí en un
antro innombrable al que iba con Carlos solo para ver que levantábamos y aun me
resulta increíble la amistad que hemos logrado desde esa oportunidad. Dylan no
se parece a nadie que conozco, no es alguien con quien trabajaría o que conocería
en mi barrio, y sin embargo es una de las personas más cercanas a mi este último
tiempo. Él es una contradicción cuando lo conoces, su figura espigada, su cara
fina de rasgos delicados y sus dedos largos parecen los de una persona frágil y
tal vez etérea, pero él no es ninguna de esas cosas. Es más seguro y más
aguerrido que muchos que conozco y por supuesto tiene esa forma tan barrunto de mandarte a la concha de tu
madre con ese estilo que solo un chalaco puede tener. En estos últimos tres
años lo he visto cambiar física y emocionalmente, Dylan no pretende ser una
mujer, al menos no por ahora, pero si conseguir la mayor femineidad posible, lleva
el pelo largo y más claro, tiene mejor manicure que muchas de mis amigas y
disfruta que la gente se confunda o se incomode con su androginia. Él es quien es, y hace lo que le hace feliz.
No le importan las miradas, ni los comentarios supuestamente sutiles, la hipocresía
limeña que lo juzga pero que también lo invita a salir por ahí cuando la noche lo encuentra caminando por Miraflores, comiendo
en un fast food o comprando en un
supermercado es algo a lo que ha sabido sacarlo provecho, y hasta eso me parece
valido. Le gusta hablar conmigo y confía en mí, me pide mi opinión para muchas
cosas y soy el primero en enterarme de algún nuevo amor y eso me es algo que le
agradezco mucho, hemos pasado muchas tardes y alguna noches juntos y he
aprendido a conocerlo y a quererlo. Me tuvo en vilo por tres días, cuando por
alguna idiotez seudo romántica decidió escaparse, y nadie fue más feliz cuando
vino a tocarme la puerta para decirme que estaba bien. Hemos llegado a
conocernos bien, y ya sabemos con las miradas cuando algo no nos gusta o que nos
pone de mal humor. Lo he visto llorar por amor y por nostalgia, por los
momentos difíciles y los de perfecta felicidad. Me ha sorprendido su pueril
madurez, su humor sarcástico y sus detalles. Nunca voy a olvidar esas veces que
me trajo un postre o me invito a cenar, solo porque sí. Le gusta dormir a mi
lado, dice que se siente protegido cuando lo hace y eso por su puesto me hace
feliz, la nuestra no es una relación romántica, es mucho más que eso. Es de una
amistad profunda y sincera. Él no tiene idea de cómo decir las cosas con
dulzura y sin embargo las dices con una claridad que te traspasa, pero no te
hiere sino más bien te despierta. Creo que seremos amigos por mucho tiempo y
por ahora mi día no está completo sin un mensaje suyo diciendo:
-
¿Qué
haces Alfred?