Esa mañana de lunes me levante decidido a hacer lo que pensaba hacer, sabia que mucho dirían que no entendían por qué. Que tan mal podría sentirse una persona para tomar una determinación así, es algo que hasta hacia dos días atrás yo no entendía. Algunos lo llaman angustia, pena, tristeza o depresión, pero para mi era un nudo en la garganta que necesitaba desesperadamente desatar. Pensaba que mi remedio no era contárselo a alguien, como contradictoriamente yo habría recomendado, porque eso era lo que justamente lo que mas temía, era de lo que en verdad huía, de los ojos acusadores, de los susurros o gritos de recriminación o peor aun de la mirada de decepción. Siempre le he huido a las confrontaciones, me aterran más que una enfermedad, una pena de amor o la bancarrota que son los motivos por los cuales casi todo el mundo se suicida. No, yo le temía ha tener que explicar porque me sentía como me sentía y que me había llevado a esa situación. Lo peor de estar metido en un problema es no tener el mecanismo liberador de echarle la culpa al otro, cuando asumes que las cagado, para decirlo en lenguaje común, tienes dos opciones: Afrontar y huir, y yo tome la mas fácil, salir huyendo. Solo que en mi caso no tome un avión ni un bus interprovincial sino 10 pastillas de Bromazepan que compre por dos soles cincuenta a una farmacéutica que me pidió receta y a la cual engañe como a casi todos los demás con cara de yo no fui y con cierta seguridad patética de saber que lo lograría.
La mañana del martes me sorprendí de mi mismo, había tomado las pastillas a las dos de la tarde del día anterior y se suponía que no debía despertarme, pero lo hice. En ese momento pensé en esa frase celebre y muy cierta: Todo sucede por algo. Mire mi nota de despedida con vergüenza y me levante de la cama, baje las escaleras y les dije que había tomado un montón de pastillas. Me llevaron a la clínica y lo que mas recuerdo es haber visto llegar a mi gorda bella y mi flaca linda para abrazarme y decirme que estaban felices que no lo había logrado, pero claro yo aun no estaba seguro de si pensaba lo mismo. No recuerdo tampoco como llegue a la casa de la gorda y en que momento llegaron mi Mamá Rosa y B. solo recuerdo las galletas Oreo que son su forma de decir: Te quiero.
Los siguientes dos días fueron de una introspección absoluta, aun no me liberaba del nudo en la garganta pero al menos sentía que seria más fácil hacerme entender. Además comprobé la certeza de otra frase celebre: Es en los malos momentos en donde se conoce a las personas. Uno sabe de antemano que su familia lo quiere y que de una u otra manera van a apoyarnos. Pero es reconfortante comprobar eso, y por otro lado la incondicionalidad de algunas personas que siempre han estado allí y a las cuales por algún motivo banal o un poco de estupidez no les has dado ese lugar en tu vida que tú ocupas en la suya. No es la primera vez que ella me salva y ahora más que nunca estoy seguro que no será la ultima, nunca describí a una persona de una forma más correcta: Es mi ángel de la guardia. No digo su nombre porque se que no hace falta, pero aunque alguno levante la ceja cuando lea esto, ella es la mujer de mi vida, la única e irrepetible. Lo demás, como dicen por ahí, es chancay de a veinte. Hoy me siento mas tranquilo, he asumido las consecuencias de mis actos y la necesidad de comunicarse. Soy un afortunado, pero no porque haya logrado despertarme sino porque he aprendido a ver las cosas de otra manera y porque he podido sentarme a escribir esto después de haber sobrevivido a mi mismo.
La mañana del martes me sorprendí de mi mismo, había tomado las pastillas a las dos de la tarde del día anterior y se suponía que no debía despertarme, pero lo hice. En ese momento pensé en esa frase celebre y muy cierta: Todo sucede por algo. Mire mi nota de despedida con vergüenza y me levante de la cama, baje las escaleras y les dije que había tomado un montón de pastillas. Me llevaron a la clínica y lo que mas recuerdo es haber visto llegar a mi gorda bella y mi flaca linda para abrazarme y decirme que estaban felices que no lo había logrado, pero claro yo aun no estaba seguro de si pensaba lo mismo. No recuerdo tampoco como llegue a la casa de la gorda y en que momento llegaron mi Mamá Rosa y B. solo recuerdo las galletas Oreo que son su forma de decir: Te quiero.
Los siguientes dos días fueron de una introspección absoluta, aun no me liberaba del nudo en la garganta pero al menos sentía que seria más fácil hacerme entender. Además comprobé la certeza de otra frase celebre: Es en los malos momentos en donde se conoce a las personas. Uno sabe de antemano que su familia lo quiere y que de una u otra manera van a apoyarnos. Pero es reconfortante comprobar eso, y por otro lado la incondicionalidad de algunas personas que siempre han estado allí y a las cuales por algún motivo banal o un poco de estupidez no les has dado ese lugar en tu vida que tú ocupas en la suya. No es la primera vez que ella me salva y ahora más que nunca estoy seguro que no será la ultima, nunca describí a una persona de una forma más correcta: Es mi ángel de la guardia. No digo su nombre porque se que no hace falta, pero aunque alguno levante la ceja cuando lea esto, ella es la mujer de mi vida, la única e irrepetible. Lo demás, como dicen por ahí, es chancay de a veinte. Hoy me siento mas tranquilo, he asumido las consecuencias de mis actos y la necesidad de comunicarse. Soy un afortunado, pero no porque haya logrado despertarme sino porque he aprendido a ver las cosas de otra manera y porque he podido sentarme a escribir esto después de haber sobrevivido a mi mismo.
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